Registro particular
Diario de un padre sobre su hijo, diario de una hija sobre su padre. Fragmentos sobre la crianza, la escritura y la herencia.
“Si bien debo haber visto muchas letras manuscritas en mi infancia, es la de mi padre la que vuelve cuando me pregunto seriamente cómo empezar a escribir”. En el corazón de este libro hay una escena: un padre que a la noche toma afiches usados y los estira sobre la mesa, con un marcador indeleble escribe del lado blanco y los carga en el auto junto con el engrudo. Cuando encuentra una pared, esparce el engrudo con una brocha y pega el cartel que dice “Escuela de adultos Nº 14”. En esa escena primordial de escritura, Halfon encuentra la semilla de su propia deriva vocacional —quizás es por esto que dedica un largo espacio a narrar su propia experiencia en un libro que se titula Vida de Horacio—, la relación con un padre enorme, encantador, cuyo compromiso con la docencia, la política y la cultura siguen irradiando sobre su presente. Halfon va tirando de los hilos de la memoria y entrevista a su padre a partir de recuerdos pero sobre todo de puntos ciegos: siendo la hija más joven por una larga distancia, hay una sensación de haber llegado tarde a esa familia y un deseo de recuperar todo lo que se perdió. Así, la escritora interroga sobre los eventos que marcaron la vida de su padre y configuraron un ethos familiar que la antecede. La militancia, el amor por el tango, los sucesivos autos, las vacaciones, las escuelas por las que pasaron. En definitiva, un relato de origen, una gran pregunta por lo que se hereda.
Entropía
Aunque a grandes rasgos podríamos decir que Literatura infantil es un diario sobre la paternidad o una carta al hijo, es también, como reza la contratapa, un libro “singular e inclasificable”. Contiene relatos que están claramente situados en el terreno de la autoficción e incluye textos tan diversos como un cuento sobre dos niños que juegan a mandarse cartas con groserías –“garabatos”, como les dicen en Chile–; o un ensayo sobre “la tristeza futbolística, la única forma de tristeza masculina perceptible”. Pero, en definitiva, se trata de una estructura original y rizomática para enmarcar una gran oda a la paternidad, la infancia, la herencia.
Zambra se entrega a la paternidad como a un paisaje salvaje y lleno de posibilidades alegres: “ahora, a los cuarenta y dos años, ha sido para mí una verdadera fiesta”. La ausencia de guías o manuales, esa falta “casi absoluta de una tradición” paternal, es para el autor una potencia. Encuentra en esa libertad el espacio para cultivar con su hijo un vínculo con su propio lenguaje, rituales, ternura y compañerismo: “supongo que el living era como un bar al que ibas a llorar tus lactantes penas de amor y yo era el barman que conocía a la perfección cómo te gustaba el jugo de naranja”. A medida que Zambra va pincelando una paternidad propia, surge la comparación con su padre, a quien interroga permanentemente a lo largo del libro, aun cuando sabe que las personas que amamos y tenemos más cerca “son justamente las que se nos escapan”.
Anagrama